¡Todo está bien… ¡siempre!

If a guy gets angry, he’s a pistol,

a woman, emotional.

Samantha Jones

Si algo deberíamos aprender de los niños es sobre la resilencia… pierden, ganan, se les rompe un juguete o muere su mascota, se pelean con sus mejores amigos, se enojan con sus hermanos y a los quince minutos están felices.

Felices porque las cosa pequeñas de la vida los hacen felices; un dulce, una galleta, un abrazo, que les digas que pueden cenar pizza o ver una película… con sólo eso todo lo otro se les olvida y vuelven a dibujar una sonrisa.

Y no, no pensemos que es porque sus problemas son pequeños, porque para un chiquito de seis años no ganar el partido de fútbol sí representa un GRAN problema y sí, quizás lloran, quizás están tristes pero al poco tiempo y con un buen abrazo, esta tristeza se hace más llevadera.

¿Por qué vamos perdiendo esta capacidad de “reconstruirnos rápido” con los años? Será acaso que dejamos de darnos cuenta de todo lo bueno que tenemos y por tanto somos incapaces de disfrutarlo, será que un abrazo o unas palabras de aliento oportunas pierden su fuerza con el paso del tiempo?

Por qué cuando tienes seis y tu mamá te dice que “no pasa nada” tú estás convencido de que de verdad “no pasa nada” y todo vuelve a ser normal. ¿Será que no somos capaces de repetirnos de adultos esas palabras sabias de “no pasa nada” y “todo está bien”? Confiemos más en nosotros con esa confianza ciega que teníamos de niños… permitámonos saber que de verdad ¡NO PASA NADA!

Aprendamos un poco más de los niños y su maravillosa capacidad de sortear los problemas de la vida; dejemos las tormentas mentales para otro momento y empecemos a ver la vida más simple, más sencilla, sin tantos prejuicios ni problemas inventamos (o magnificados) en nuestra mente.

Quizás deberíamos hacer el ejercicio de cada que nos enfrentemos a un problema darnos veinte minutos para hacer un berrinche (con patadas en el piso si es necesario) para que cuando éste acabe podamos ver las cosas más claras, en lugar de fingir que todo está bien y no poderlo controlar después.

Démosle la justa medida a las cosas y veremos que quizás eso que nos da vueltas en la cabeza y que lleva días sin dejarnos dormir no es el fin del mundo, contactemos con nuestro niño interior y repitamos una y otra vez “no pasa nada, todo está bien”. Quizás el día de mañana sea demasiado tarde.

Seamos como niños.

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